Como seres humanos desde el principio dejamos o nos han dejado marcas indelebles, e imborrables en nuestra vida, familia y descendencia, algunas marcas son de bendición otras por el contrario se convierten en maldición.
Muchos llevan marcas de una vida de pecado, de dolor, de enfermedad, de muerte; otros marcados por la separación de sus padres, por el maltrato, por el temor y la vergüenza, consecuencia de la violencia, terror, pecado, maldición, inmundicia, maldad, droga, el alcohol, o algunos llenos de ira, de amargura, de violencia, de peleas, de contiendas, de enfermedad, de dolor, el problema de todo es que esas huellas indelebles han deformado sus vidas, han trastornado el propósito y destino que Dios tiene para sus vidas, hogares y descendencias.
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- Lucas 13:10-17. Estaba Jesús un sábado enseñando en una sinagoga. Había allí una mujer a la que un espíritu la tenía enferma desde hacía dieciocho años: estaba encorvada y no podía enderezarse en modo alguno. Jesús, al verla, la llamó y le dijo: “Mujer, quedas libre de tu enfermedad”. Le impuso las manos y, al instante, se enderezó y daba gloria a Dios.
- En Mateo 9:20-22, ”En esto, una mujer enferma de flujo de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto”. Muchos arrastran las consecuencias de la maldición, esta mujer sufría su pena y su molestia en secreto, se trataba de un «flujo de sangre» que padecía hacía doce años, se atrevió a mezclarse con la multitud para acercarse a Jesús en público, tal vez estaba avergonzada por la misma enfermedad y dolencia que padecía, se acercó a Él y tocó el borde del manto de Jesús. El resultado de este acto de fe fue la sanidad total de la mujer, cesó el flujo de sangre, después de 12 años.
- El paralítico de Bethesda – Juan 5:1-9. ”Después de estas cosas había una fiesta de los judíos, y subió Jesús a Jerusalén. Y hay en Jerusalén, cerca de la puerta de las ovejas, un estanque, llamado en hebreo Bethesda, el cual tiene cinco pórticos. En éstos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, que esperaban el movimiento del agua. Porque un ángel descendía de tiempo en tiempo al estanque, y agitaba el agua; y el que primero descendía al estanque después del movimiento del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese. Y había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano? Señor, le respondió el enfermo, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo. Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda. Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo.