Génesis 29:33 “Por cuanto oyó Jehová que yo era menospreciada, me ha dado también este”.
Como seres humanos desde el inicio recibimos y dejamos sellos imborrables en nuestra vida, familia y descendencia, algunas denotan bendición otras por el contrario se convierten en maldición.
El Señor anhela sellar nuestras vidas con bendición, el quiere dejar un sello indeleble de Su Amor, de Su Bondad y de Su Misericordia, pero su pueblo prefiere llevar los sellos que los identifican con el mundo.
Mucha gente ha sido sellada con el pecado, el dolor, la enfermedad, y la muerte; muchos han sido sellados con la tristeza, el dolor, el menosprecio, la deshonra debido a la separación de sus padres, el maltrato, el temor y la vergüenza, a la violencia, el terror, el pecado, la maldición, la inmundicia, la maldad, la injusticia; muchos han crecido con los recuerdos del pasado, vieron a sus padres drogados, alcoholizados, llenos de ira, de amargura, de maledicencia, de peleas, de contiendas, de enfermedad, de dolor, el problema de todo es que esas vivencias han deformado sus vidas, han trastornado el propósito y destino que Dios ha preparado para cada uno de nosotros.
Muchas personas aún conociendo el amor de Dios y el sacrificio de Cristo, están viviendo vidas vacías, vidas sin ningún propósito, estas personas se están echando a perder, se están convirtiendo en vasos de deshonra, vasos de ira, muchos se sienten menospreciadas, la palabra menospreciado significa “Actitud negativa, frente a una cosa o persona, consistente en concederles menor valor o importancia del que merecen”.
Dios quiere que seamos transformados en vasijas de honra, vasijas llenas de valor con el poder de su Amor, de su Gracia y de Su Espíritu, el Señor quiere derramar de Su Espíritu, de vino nuevo en medio de vasijas nuevas, vasijas sin fisura y quiero que veamos tres principios para comenzar a aplicarlos sobre nuestras vidas:
- Primer Principio: El tiene el poder de transformarlo todo: Dios, como un Alfarero, tomó el barro y formó al hombre. Génesis 2:7 “Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz aliento de vida y fue el hombre un ser viviente”. Dios es el Alfarero de nuestras vidas. Por un momento descendamos a la casa del alfarero y junto a Jeremías observemos como hace el alfarero: Jeremías 18:1-4 “Palabra de Jehová que vino a Jeremías, diciendo: 2 Levántate y vete a casa del alfarero, y allí te haré oír mis palabras. Y descendí a casa del alfarero, y he aquí que él trabajaba sobre la rueda. Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla”. El alfarero tiene una rueda, oprime el pedal con su pie para hacer girar la rueda, al hacerlo, sus manos están trabajando el barro con destreza y hacer una vasija bien formada, con el carácter del alfarero. El alfarero tiene un poder absoluto sobre el barro y ese poder es ilimitado; Nadie puede decirle que no o alterar Sus planes, el barro no puede contestar ni discutir con El. No puede hacer nada, solo puede rendirse en las manos del alfarero.
- Segundo Principio: El barro no tiene ninguna forma, no tiene vida, es inerte, es un material que refleja desorden; Dios recuerda que somos polvo, pero el hombre a veces lo olvida, y cuando a ese polvo se le coloca el agua, se convierte en barro. Al observar el barro en la rueda del alfarero lo vemos como algo que no tiene vida pero la Biblia dice en Efesios 2:1: “Y Él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados”. Necesitamos reconocer que nuestro Dios es un Dios soberano y que nosotros solo somos barro. Dios es el Alfarero que tiene el poder de darle vida al barro y transformarlo.
- Tercer Principio: El alfarero es bondadoso, El no quiere hacer daño al barro. Quiere que el barro se rinda en sus manos, El alfarero trabaja con los pedales, haciendo girar la rueda; las manos del alfarero trabaja con delicadeza, bondadosamente y con amor en el barro, transformando el barro en una vasija… El extiende Su mano de Amor, de Bondad y de Misericordia y hace que hallemos gracia ante Sus ojos.
¿De que has llenado tu vasija? Ya basta de ser vasijas que contienen “Basura, Maldición, Pecado, Enfermedad e Iniquidad”, tenemos que comenzar a ser Vasijas de Honra: Respeto y buena opinión; lo contrario es: Irrespeto, falta de valor, común u ordinario, humillación y Menosprecio, la deshonra es una de las mayores causas de destrucción de vidas, hogares y familias y sus consecuencias son La Maldición, El Oprobio, La Amargura, La Destrucción, El Rechazo.
El Señor anhela que nos convirtamos en Vasijas de honra con el fin de romper la deshonra de las vidas, hogares y familias para romper los argumentos que el enemigo ha levantado contra nosotros.
Acepta hoy esta buena noticia: “Jesús vino a dejar su sello, un sello indeleble de sanidad, restauración, restitución para tu vida, tu hogar y tu descendencia” nadie ha dejado un sello tan grande en toda la humanidad, El llevó en su propio cuerpo nuestros dolores, nuestro pecado, nuestra maldad, iniquidad, maldición, enfermedad, injusticia, deshonra con el único fin de sanarnos, liberarnos, quitar la enfermedad y la dolencia y arrancar tu pecado, tu maldición y tu iniquidad.
Romanos 12:2 “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.
En vez de ser co-formados a este mundo deberíamos ser transformados, eso significa cambiar de forma, convertirse en algo diferente, en otra forma. ¿Entonces cómo debería ser nuestra nueva forma? La respuesta es simple: Pablo lo dijo en Gálatas 4:19: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros”.
La transformación se lleva a cabo mediante la renovación de la mente, Pablo lo dijo en Filipenses 3:13-14 «Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”, es necesario olvidar lo que quedó atrás, si te quedas atrapado en el pasado no podrás ver las cosas nuevas que Dios tiene para tu vida y termino con un promesa en Isaías 43:18-19 “No os acordéis de las cosas pasadas, ni traigáis a memoria las cosas antiguas. 19 He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz; ¿no la conoceréis? Otra vez abriré camino en el desierto, y ríos en la soledad”, cuantos dicen amen
Historia de la menospreciada: Lea, esposa de Jacob.
Jacob, huyendo de su hermano Esaú y después de varias semanas de camino, llegó a su destino, a donde vivía su tío Labán. Este lo acogió en su casa y al poco tiempo acordaron que Jacob trabajaría durante siete años a fin de casarse con Raquel, la hija pequeña de Labán. Fue un amor casi a primera vista, y Lea era la hermana mayor de Raquel.
Pasaron los siete años de trabajo de Jacob y llegó el día de su boda con Raquel. Era costumbre, en aquella época, cubrir a la novia la cabeza con un velo. Así que, después de la ceremonia y la fiesta, Labán llevó a Lea en lugar de Raquel al lecho de Jacob, y este no se dio cuenta hasta la mañana siguiente (Gn. 29:23-26).
¡Qué engaño! ¡Qué decepción! ¡Qué fraude! Quizá la primera en sentirse ofendida y utilizada sería la propia Lea. Ella no planeó este engaño con su padre, simplemente le obedeció.
Cuando Jacob demandó explicaciones a Labán. Este se excusó diciendo que no era costumbre dar a la hija menor en matrimonio antes que a la mayor. El engañador Jacob fue engañado. Entonces Labán y Jacob llegaron otra vez al acuerdo de trabajar otros siete años por Raquel (v. 27-30).
Jacob amaba más a Raquel y Lea fue menospreciada. Es interesante lo que nos cuenta la narración: “Vio el Señor que Lea era aborrecida, y le concedió hijos, pero Raquel era estéril” (v. 31).
Tendría que ser muy difícil tener a su hermana por rival y, además, saber que Jacob amaba más a Raquel. Sin embargo, vemos cómo Lea fue aprendiendo a tener contentamiento. En los nombres de sus hijos miramos ese proceso en el que ella finalmente descansa en su Dios:
“Y concibió Lea y dio a luz un hijo, y le puso por nombre Rubén (Vean, un hijo), pues dijo: ‘Por cuanto el Señor ha visto mi aflicción, sin duda ahora mi marido me amará’. Concibió de nuevo y dio a luz un hijo, y dijo: ‘Por cuanto el Señor ha oído que soy aborrecida, me ha dado también este hijo’. Así que le puso por nombre Simeón (El que oye). Concibió otra vez y dio a luz un hijo, y dijo: ‘Ahora esta vez mi marido se apegará a mí, porque le he dado tres hijos’. Así que le puso por nombre Leví (Apegado). Concibió una vez más y dio a luz un hijo, y dijo: ‘Esta vez alabaré al Señor’. Así que le puso por nombre Judá (Alabado). Y dejó de dar a luz”, Génesis 29:31-35.
“Escuchó Dios a Lea, y ella concibió y dio a luz el quinto hijo a Jacob. Entonces Lea dijo: “Dios me ha dado mi recompensa porque di mi sierva a mi marido.” Y le puso por nombre Isacar (Recompensa). Concibió Lea otra vez y dio a luz el sexto hijo a Jacob. Y Lea dijo: “Dios me ha favorecido con una buena dote. Ahora mi marido vivirá conmigo, porque le he dado seis hijos.” Y le puso por nombre Zabulón (Exaltado). Después dio a luz una hija, y le puso por nombre Dina”, Génesis 30:17-21.
Al final, Lea tuvo seis hijos y una hija. Fue una madre piadosa y, en los nombres que le puso a sus hijos podemos ver su relación tan íntima y personal con Dios.
En toda la narración bíblica de estos acontecimientos, podemos ver también que Lea fue una mujer totalmente fiel a su marido Jacob. Ella le amaba y no se cansó de buscar su amor. Aunque Jacob la trató bien y la llegó a amar también, Raquel siempre sería la preferida. Mientras tanto, Lea era una mujer de fe y oración: buscaba y clamaba a Dios por su difícil situación; al fin y al cabo, no fue decisión de ella casarse con Jacob.
Cuando Jacob regresó a Canaán con toda su familia, Raquel murió en el camino y Lea llegó a ser su única esposa. No más rivalidades, no más menosprecios. Más adelante, leemos que de su hijo Judá vino el Mesías, el Salvador; y de su hijo Leví, la tribu dedicada al sacerdocio y al servicio de Dios en el tabernáculo y en el templo, de donde salieron Moisés y Aarón. Sin duda, Dios bendijo grandemente a esta mujer.